La Feria
Silenciosa partida del "curador" de las letras mexicanas: José Luis Martínez
Jornada Jalisco
Ayer, a la una de la tarde, murió uno de los grandes constructores de ese edificio que damos en llamar “letras mexicanas”. El maestro José Luis Martínez (Atoyac, Jalisco, 1918–México DF, 2007) falleció, según dijo su hijo Rodrigo, “de causas naturales”. Un bello nombre para clasificar la muerte de un hombre que amó la literatura y que hizo de ella el motivo de su vida; una muerte que se anuncia sin aspavientos, en silencio, con la anticipación precisa, y que un mediodía de un día cualquiera, se acerca para tocar con su dedo de hielo el corazón de un hombre de letras.
Un recuerdo. La última vez que vi al maestro de Atoyac, hace casi un año, mi visita fue breve y triste. Llamé a las puertas de su casa en la colonia Anzures, en el Distrito Federal, y la señora que le ayudaba desde hace años abrió la puerta; me pasó a aquella estancia saturada de libros (la casa entera es una biblioteca) mientras me contaba, palabras más, palabras menos, que un día antes el maestro se había caído. Ella llegó a la casa, como todas las mañanas, y se encontró aún encendida la luz de la sala; de inmediato supuso que algo no andaba bien y, en efecto, el maestro tropezó la noche anterior y sus fuerzas menguadas por una enfermedad que le dificultaba caminar, le impidieron incorporarse, José Luis Martínez tuvo que pasar la noche tendido sobre la alfombra. Luego, la señora subió y, segundos después, me pidió que subiera ya que el maestro no podría bajar.
Un año antes, el miembro más antiguo de la Academia Mexicana de la Lengua (de la que fue presidente casi tres décadas) había estado en Guadalajara para sustentar una conferencia sobre otro jalisciense, Agustín Yáñez, a quien conoció a fondo como escritor y como amigo. En esa ocasión, a pesar de sus piernas lastimadas por la enfermedad decidió subir por su propio pie los escalones del ex Convento del Carmen hasta la capilla Elías Nandino, en donde leyó su texto.
Al maestro de Atoyac le gustaba la birria de Las Nueve Esquinas.
Esos días, el maestro estaba de estupendo humor. Bromeaba. Un día antes insistió en que llamara a un poeta tapatío, Luis Alberto Navarro, para compartir con él un plato de birria en Las Nueve Esquinas. El académico no sabía que esa sería su última visita al centro de la ciudad en donde estudió la secundaria y la preparatoria. La ciudad que dejó para inscribirse en la carrera de Medicina en la UNAM, sólo para cambiarse dos años después a la Facultad de Filosofía y Letras de esa universidad.
Otro recuerdo. En 1992, cuando Juan José Arreola recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, José Luis Martínez estuvo presente en representación del jurado. En ese acto, un emocionado pero elocuente Arreola, recordó a su amigo de la niñez con las siguientes palabras: “Entre las tentaciones que disputan en mi alma está la primera de todas, el encuentro con José Luis Martínez, y cómo de pronto escribió de México al amigo, maestro de Guadalajara, Arturo Rivas Sainz, después de leer en México la aparición de uno de dos textos, y preguntó: “¿Juan José aquí?, ¿quién es Juan José Arreola? Porque yo tuve un condiscípulo en Zapotlán que era simplemente Juanito Arreola, Juanelo o Juanito”. Arturo le contestó que ese Juanito era yo”. Y continuó, un poco más adelante: “entonces, Guadalajara es en mi vida el término medio, la patria chica, Guadalajara es lugar a donde llegué en 1934, después de despedirme unos años antes de José Luis Martínez, que sí pudo venir a estudiar a Guadalajara, en el mismo colegio Renacimiento, donde nos enseñaron a leer verdaderamente”. En efecto, los viejos amigos estuvieron en Guadalajara estudiando, pero sólo para separarse por años antes de un nuevo reencuentro.
José Luis Martínez, como lo dijo Gabriel Zaid, es el “curador” de las letras mexicanas. Sus lecturas minuciosas, sus análisis, sus ensayos y la atención que sostuvo durante más de la mitad del siglo XX hacia las obras y autores que aparecían, le permitieron crear una obra crítica y ensayística de gran valor que valoró y ordenó la producción literaria. Esta aportación se ha convertido en punto de referencia fundamental para comprender tanto las raíces como las ramas del gran árbol de la literatura contemporánea de México y una buena parte de la de nuestro continente.
Además de numerosas representaciones culturales, José Luis Martínez desempeñó una amplia gama de cargos políticos. Entre otros, ostentó los de secretario de El Colegio Nacional (1947-1951), diputado federal (1958-1961), embajador en Perú (1961-1962) y en la UNESCO (París, 1963-1964), director general del INBA (1965-1970), embajador en Grecia (1971-1974), gerente general de los Talleres Gráficos de la Nación (1975-1977), cronista de la ciudad de México (1975-1985), director general del Fondo de Cultura, y director de la Academia Mexicana de la Lengua.
Su obra se encuentra en una serie interminable de artículos de crítica literaria y ensayos, así como varias decenas de libros, entre los que destacan: Literatura mexicana. Siglo XX (1949), Letras mexicanas del siglo XIX (1955), El ensayo mexicano moderno (1955), Unidad y diversidad de la literatura latinoamericana (1972), Nezahualcóyotl. Vida y obra (1972), Bernardino de Sahagún. El México antiguo (1981), El Códice Florentino y la Historia general de Sahagún (1982) y Hernán Cortés (1990), entre muchos otros. Además, tuvo a su cargo la edición (texto, introducción y notas) de las obras completas de Justo Sierra, Ramón López Velarde y Alfonso Reyes, entre otros autores.
Hoy, el gran curador de las letras mexicanas se ha ido, pero su trabajo está inmerso en la construcción del mapa de la literatura nacional actual, tal como la entendemos. Descanse en paz este gran maestro jalisciense. Y a ustedes, lectores, los espero mañana en esta misma Feria.
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